Expresarse hoy en castellano, no es tarea fácil, me refiero a ese castellano correcto que procuraban enseñarnos, a los que ya tenemos unas décadas, en la escuela, con gran interés y rectitud por parte de los maestros. Más difícil es todavía, expresarse en un castellano “normal” o coloquial, en algunas provincias de Cataluña.
Soy andaluza, de nacimiento, y madrileña de adopción, por motivos laborales paternos. Aunque bien podría haber sido barcelonesa de adopción, dado que mis padres podían elegir su destino de trabajo entre Barcelona y Madrid. Si mi destino hubiera transcurrido por tierras catalanas, hoy en día podría comunicarme en dos lenguas. Si hago esta reflexión es porque hoy en día se considera un signo de cultura, poder o tener la capacidad de expresarse en más de un idioma o lengua. Si partimos de que conocer, entender y hablar las lenguas que componen el mapa histórico y cultural de tu país, es un signo de cultura,de patrimonio compartido de un territorio con tanto que contar como es España; me hace reflexionar algunas situaciones que he vivido durante una estancia en Lérida, por motivos de trabajo.
Durante mi estancia, permítanme, en Lleida, he tenido la oportunidad de relacionarme con catalanes, con muy diverso grado en el manejo del castellano. Los que son capaces de pensar en ambas lenguas y expresarse con soltura en ambas, pasando con habilidad de una a otra según lo requería las conversaciones con diferentes contertulios. La inclusión de un “monohablante de castellano” en un círculo de conversación, provocaba de manera natural el paso al castellano. Percibí que esas personas se sentían cómodas en ambas lenguas y eso evidenciaba riqueza “bilingüista”.
Sin embargo, durante los momentos que tuve para pasear y conocer la ciudad y hacer algunas compras, también pude comprobar las dificultades de algunos ilerdenses al no poder contestar con soltura y en castellano a mis preguntas para orientarme o buscar algo concreto entre las calles del centro. Comprendí que no era un asunto de orgullo catalanista, sino de impotencia ante la incapacidad para comunicarse en castellano, que algunos, siguen llamando español.
Tuve la oportunidad de comentar esta circunstancia con algunos compañeros de trabajo de origen catalán, y me confirmaron que es evidente que el habla del castellano se está perdiendo lenta e inexorablemente en Cataluña. O que se practica con abundantes errores gramaticales. Muchos catalanes piensan como los ciudadanos de otras comunidades autónomas españolas, que es una pérdida de identidad perder una de las dos lenguas que se comparten en un territorio, que por tradición, historia y evolución lingüística son tan afortunados de contar con dos lenguas en lugar de una. El movimiento que algunos intelectuales y políticos están creando entorno a la protección del castellano en Cataluña, es una cuestión controvertida para muchos, porque no se considera necesario, o es una medida anticatalanista o porque pretende elevar la categoría del castellano frente al catalán. Aparte de cuestiones políticas y de tendencias nacionalistas o españolistas, está el enfrentamiento entre el saber y la ignorancia, entre la pérdida de conocimientos y el aseguramiento y disfrute de comunicarse de diversas formas. Pero sobre todo de la libertad de poder hablar en castellano y en catalán y de adecuarse en cada momento a la situación requerida.
Mi estancia en Lérida, me hizo reflexionar sobre la controversia del catalán y del castellano y recordé también que podía haber sido, por circunstancias del destino, una ciudadana catalana de adopción y que me gustaría hablar, con fluidez, cualquiera de las lenguas que componen el panorama tan diverso de mi país.
I.L.M.
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